Alma Delia Murillo
16/02/2013 - 12:00 am
Feliz Día del Ardor y la Ansiedad
Supongamos que el amor existe. Supongamos que todos, sin remilgos, aceptamos tal barbaridad como un hecho indiscutible. La pregunta sin resolver, me parece, es esta: ¿quién carajos tiene la culpa? Responsabilizar a Cupido es fácil: un crío alado y regordete, armado con flechas, y –dicen algunos– hasta ciego, cubre perfectamente el perfil para ser el […]
Supongamos que el amor existe. Supongamos que todos, sin remilgos, aceptamos tal barbaridad como un hecho indiscutible.
La pregunta sin resolver, me parece, es esta: ¿quién carajos tiene la culpa?
Responsabilizar a Cupido es fácil: un crío alado y regordete, armado con flechas, y –dicen algunos– hasta ciego, cubre perfectamente el perfil para ser el culpable de tanta pendejada. Pero yo me resisto a creer que esa criaturita con cachetes de lactante pueda provocar ella sola la descomunal cantidad de desastres amorosos que proliferan sobre la Tierra. No me lo imagino responsable, por ejemplo, de un fatídico enculamiento, hablo de esos en que la lujuria enceguece a los involucrados hasta arruinarles por completo la vida dejándolos disfuncionales y en la miseria. ¿Cómo va a saber Cupido de esos líos carnales siendo sexualmente inexperto?
Si pensamos en San Antonio, peor la cosa. Queda claro que, siendo santo y estando de cabeza, no puede sino hacer todo mal y al revés. Pero con esa cara de gris circunstancia tampoco veo en él el arte que se necesita para diseñar las retorcidas perversiones amorosas de las que somos testigos todo el tiempo. No se me ocurre que cuando Soon-Yi, la hija adoptiva de Mia Farrow, rezó pidiendo un esposo; San Antonio tuviera el fino, negro y ojetísimo humor para mandarle a Woody Allen. ¿O a ustedes sí?
Con San Valentín ni perder el tiempo, si ese sajón ni ha de tener sangre en las venas. O sí, pero poquita y muy tibia como para encenderse con una pasión latina devastadora.
Por cierto que lo de San Valentín nos lleva, inevitablemente, a pensar en San Borns: su homólogo mexicano y santo patrono de la mierda kitsch, las señoras torpes con pretensiones aristocráticas y el peor café del mundo. Carlos Slim, la porra te saluda sin amor ni amistad y con el dedo levantado.
Descartados los candidatos anteriores, me queda Dios, no hay más. ¿Y saben qué? que a él sí le daría mi voto como responsable de las infinitas desgracias amorosas que nos aquejan. Es más, a Dios le doy mi voto por cada uno de los males de la humanidad pues si se cuelga el título de creador de los cielos y la tierra, entonces él tiene la culpa de todo. (Brillante deducción, le digo a mi querido Watson interior).
Supongo que ya se dieron cuenta de que eximí al Diablo. Pero es que me consta que el amor y el Diablo se entienden bien y que cuando trabajan juntos logran verdaderas obras maestras. Y las evidencias no hablan de maestría sino de una torpeza que sólo engendra lamentaciones y adversidades. Créanme, si el Diablo trabajara de lleno en esto, las estadísticas serían completamente otras: incontables pasiones amorosas y cero matrimonios.
Ahora bien, tratando de pensar creativamente, “out of the box” como dicen mis bilingües compañeros Godínez en la oficina, emulando al tirano de la comunicación Steve Jobs, señalaría a ese fenómeno ancestral llamado La Piedra. Esa que nos hace tropezar dos o más veces con ella. Pero creo que hay poco fundamento científico, teológico y filosófico al respecto. Si alguien sabe de tratados serios sobre esta teoría, por favor ilústreme.
¿Que no les gustan mis conclusiones?, ¿que no les satisface explicación alguna? Entonces, en el grado último de la desesperación, los invito a culpar a la Internet. Aunque no creo que esta inteligentísima red cometería tantos errores, al contrario: la semana pasada escuché una historia de amor que empezó hace catorce años con largas sesiones de chat en el legendario ICQ, pasó por las crisis de Facebook, los reencuentros en Twitter y terminó con una encantadora pareja que se mudó de ciudad tantas veces como fue necesario para poder estar juntos. Pero ésa, es otra historia: la de Leslie y Jesús que pronto les contaré en este espacio.
Como sucede siempre que me pregunto necedades, me quedo sin respuestas y el panorama me parece más desdichado que nunca. Si el amor es ciego, pendejo, regordete, cabrón, está de cabeza, tiene cara de santo, vende fayuca de mal gusto, se siente creador del universo, nos hace tropezar por el puro gusto de ver cómo nos rompemos la madre y le gusta viajar por la red: somos la especie más miserable sobre la faz de la tierra. Por eso somos los únicos que bebemos para olvidar. A ver, desniéguenmelo.
Así que, por mí, pueden borrar del calendario el insulso Día del Amor y la Amistad. Cuando inventen un Día del Apareamiento, me avisan. Y entonces sí, con singular alegría, disposición y calentura, me aprestaré a celebrarlo.
@AlmitaDelia
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